domingo, enero 23, 2005

Las Letras que Salvan

“cuando a la casa del lenguaje se le vuela el tejado y
las palabras no guarecen, yo hablo”
Alejandra Pizarnik

Cuando el afuera es sólo viento, noche y mutismo y las uñas escarban hasta clavarse en el fondo para toparse con la carencia, lo único que acude para rescatar al ave es la palabra.
Cuando el mar se hace día y se transforma la quietud en esa maraña insufrible de bullicio, descienden al desierto una multitud de peces de colores que abren la celda a las puertas de la fantasía.
Cuando el mediodía ahoga su calor en el hundimiento y todo lo que hay es un testimonio del vacío, los platos se cubren con hierbas energizantes que reemplazan la falta de abundancia.
Cuando baja el sol al caer la tarde y los puñados de arena se escabullen por entre los dedos hasta que ambas manos abiertas se ven huecas, aparece un gnomo - que se ha quedado agazapado desde las horas de la siesta en algún rincón – para liberar a las sombras abatidas mientras entretiene con sus juegos y logra que la mente no cavile.
Cuando regresa la noche mientras espera que la madrugada haga su ingreso y la montaña parece desmoronarse encima con su peso, el insomnio se vuelve el amigo inseparable del silencio.
La agobiante miseria se filtra por cada poro desde lo más recóndito del pozo interior de la casa hasta alzar la mirada y llegar a la cumbre del cerro. No existe nada ya de qué asirse para poder iniciar la escalada. El mundo falaz se ha convertido en una gigantesca piedra negra que no da ni una diminuta oportunidad de resurgimiento.
Pero, en medio del fango de indigencia, baja una musa como el ángel de una mariposa de alas abiertas y nos deja su flujo de letras. Uniendo los eslabones, para armar con esas palabras de aliadas un faro, se logra arribar ileso a otro nuevo y angustioso amanecer. El trino de los pájaros en las ramas de la calle parece que las aprueban.

17-01-2005

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