Champagne de Nochebuena
El brindis, a veces, es... volver al pasado.
En el final de la noche se produjo un encuentro de tantos. El diálogo conocido abrió, de repente, un espacio común e íntimo reservado al fuero interior.
La calle casi solitaria, avivada por los ruidos de los fuegos de artificio, emanaba un humo semejante a aquellos recuerdos de infancia.
Las palabras entrelazadas de nostalgia devinieron en una especie de extraña proximidad como método, inconsciente tal vez, para soportar las sombras lejanas y presentes en un intento de búsqueda de luz.
Entre caerse al abismo solitario de la madrugada, deslizándonos peldaño a peldaño hasta acabar en un pozo de penumbra, y la cita adeudada desde hacía tantos años la elección era más que obvia: una asignatura pendiente, una frontera que no nos atrevimos nunca antes a traspasar. Miedo. Miedo a quebrantar ese manojo de memorias de otros tiempos donde la vida era, sencillamente, felicidad.
Con resquemor nos animamos. Con ese temor del cristal que puede hacerse añicos, con el resguardo de lo intacto de antaño, pero por sobretodo con respeto - con ese respeto que inspira pánico - pudimos romper la barrera del silencio y atrevernos a reabrir aquel canal de comunicación merecido y necesario, esfumado por el tiempo.
La imagen de la muerte sobrevolaba nuestras cabezas en un halo invisible pero nítido y perceptible. Sin embargo, estábamos allí – o lo que queda aún de aquellos que fuimos - y estábamos vivos. Ella entre los dos y nuestro dolor en común, aunque diferente. Sabíamos eso. Se leía en nuestros ojos y en nuestro silencio. Tímidamente, nos decidimos a enfrentar tiempos pasados para rehacer el hechizo provocado por la maldita pérdida.
La ciudad de Buenos Aires estaba triste y apagada mientras caminábamos por la Av. Santa Fe en busca de la ruta de la recuperación. Sin embargo, no desconocíamos que las alas blancas de los ángeles nos conducirían en la dirección que pretendíamos encontrar, en dirección correcta a la luz.
Una vez en el sitio indicado, pudimos relajarnos y respirar. Habíamos logrado quebrar la muralla del silencio. Un poco de música fue menester para comenzar con las evocaciones de ese pasado que aún hoy nos hiere, aunque de modos diferentes, pero una herida es herida siempre, a pesar de que sus matices no sean los mismos para él que para mí. De modo que enseguida comenzó a sonar aquella vieja música de la década de los setenta: la guitarra y su voz grabada en vivo de los años de juventud donde las esperanzas eran, entonces, como un sol naciente. El sonido emitido por la cinta del gastado casete reproducía las canciones escritas en épocas donde la vida era sinónimo de alegría todavía para él.
Dos sillones negros enfrentados, reclinables y cómodos, fueron testigos perfectos de una noche inequívoca para despejar la nieve que nos cubría el alma. En la mesita ratona tan sólo un cenicero conocido y dos copas con champagne bien helado, añejo y burbujeante aguardaba por un brindis especial.
Hablar de la muerte significaría tocar el abismo con las manos, hurgar en el dolor. Lo mejor era no hacer alusión si, de todos modos, ella estaba allí, emergiendo en el aire, en medio de ambas copas. Sólo me dijo: “desde que no está mi familia se desintegró, todo se desmoronó... Me quedé solo”. Comprendí. Diferentes sentimientos pero idéntica sensación.
No había más que decir acerca de eso. Lo mejor sería poder expresarse, sacar afuera anécdotas, remembranzas... Traer al presente claves conocidas que nos permitieran cerrar grietas subyacentes de una nostalgia palpitante. ¿Ahuyentar fantasmas?
Brindamos y bebimos aquel champagne a pequeños sorbos releyendo poemas de aquellos tiempos. Hora de poner punto final a las evocaciones por aquella Nochebuena. Hora de regresar.
El camino a casa se hizo lento, paso a paso, como si no quisiéramos que la noche terminase. Ambos sabíamos que habíamos logrado una mejoría imprescindible para afrontar los días nuevos y que, muy seguramente, no volveremos a repetir un encuentro similar.
La Nochebuena había llegado a su fin y en las avanzadas horas comenzó a clarear la aurora.
29-12-2002
En el final de la noche se produjo un encuentro de tantos. El diálogo conocido abrió, de repente, un espacio común e íntimo reservado al fuero interior.
La calle casi solitaria, avivada por los ruidos de los fuegos de artificio, emanaba un humo semejante a aquellos recuerdos de infancia.
Las palabras entrelazadas de nostalgia devinieron en una especie de extraña proximidad como método, inconsciente tal vez, para soportar las sombras lejanas y presentes en un intento de búsqueda de luz.
Entre caerse al abismo solitario de la madrugada, deslizándonos peldaño a peldaño hasta acabar en un pozo de penumbra, y la cita adeudada desde hacía tantos años la elección era más que obvia: una asignatura pendiente, una frontera que no nos atrevimos nunca antes a traspasar. Miedo. Miedo a quebrantar ese manojo de memorias de otros tiempos donde la vida era, sencillamente, felicidad.
Con resquemor nos animamos. Con ese temor del cristal que puede hacerse añicos, con el resguardo de lo intacto de antaño, pero por sobretodo con respeto - con ese respeto que inspira pánico - pudimos romper la barrera del silencio y atrevernos a reabrir aquel canal de comunicación merecido y necesario, esfumado por el tiempo.
La imagen de la muerte sobrevolaba nuestras cabezas en un halo invisible pero nítido y perceptible. Sin embargo, estábamos allí – o lo que queda aún de aquellos que fuimos - y estábamos vivos. Ella entre los dos y nuestro dolor en común, aunque diferente. Sabíamos eso. Se leía en nuestros ojos y en nuestro silencio. Tímidamente, nos decidimos a enfrentar tiempos pasados para rehacer el hechizo provocado por la maldita pérdida.
La ciudad de Buenos Aires estaba triste y apagada mientras caminábamos por la Av. Santa Fe en busca de la ruta de la recuperación. Sin embargo, no desconocíamos que las alas blancas de los ángeles nos conducirían en la dirección que pretendíamos encontrar, en dirección correcta a la luz.
Una vez en el sitio indicado, pudimos relajarnos y respirar. Habíamos logrado quebrar la muralla del silencio. Un poco de música fue menester para comenzar con las evocaciones de ese pasado que aún hoy nos hiere, aunque de modos diferentes, pero una herida es herida siempre, a pesar de que sus matices no sean los mismos para él que para mí. De modo que enseguida comenzó a sonar aquella vieja música de la década de los setenta: la guitarra y su voz grabada en vivo de los años de juventud donde las esperanzas eran, entonces, como un sol naciente. El sonido emitido por la cinta del gastado casete reproducía las canciones escritas en épocas donde la vida era sinónimo de alegría todavía para él.
Dos sillones negros enfrentados, reclinables y cómodos, fueron testigos perfectos de una noche inequívoca para despejar la nieve que nos cubría el alma. En la mesita ratona tan sólo un cenicero conocido y dos copas con champagne bien helado, añejo y burbujeante aguardaba por un brindis especial.
Hablar de la muerte significaría tocar el abismo con las manos, hurgar en el dolor. Lo mejor era no hacer alusión si, de todos modos, ella estaba allí, emergiendo en el aire, en medio de ambas copas. Sólo me dijo: “desde que no está mi familia se desintegró, todo se desmoronó... Me quedé solo”. Comprendí. Diferentes sentimientos pero idéntica sensación.
No había más que decir acerca de eso. Lo mejor sería poder expresarse, sacar afuera anécdotas, remembranzas... Traer al presente claves conocidas que nos permitieran cerrar grietas subyacentes de una nostalgia palpitante. ¿Ahuyentar fantasmas?
Brindamos y bebimos aquel champagne a pequeños sorbos releyendo poemas de aquellos tiempos. Hora de poner punto final a las evocaciones por aquella Nochebuena. Hora de regresar.
El camino a casa se hizo lento, paso a paso, como si no quisiéramos que la noche terminase. Ambos sabíamos que habíamos logrado una mejoría imprescindible para afrontar los días nuevos y que, muy seguramente, no volveremos a repetir un encuentro similar.
La Nochebuena había llegado a su fin y en las avanzadas horas comenzó a clarear la aurora.
29-12-2002
Etiquetas: Relatos
0 Susurros:
Publicar un comentario
<< Home