miércoles, octubre 04, 2006

La Iniciación

Eso es lo que significa para mi este comienzo: una iniciación. Comenzar un nuevo camino, subirme a un barco que no se por qué aguas navegará, pero eso poca importancia tiene. Dice aquella canción bastante conocida por estas tierras: "... y en la calle, codo a codo, somos mucho más que dos". Así conocí a alguien hace siete años. Cantando esta canción, la percibí dueña del escenario, micrófono en mano. A viva voz. Así me enamoré. Así me enamoraré ahora de esta polifonía que acaba de nacer aquí. Y, no tengo dudas, de que somos mucho más que dos. No me refiero a la cantidad sino a la unidad que logramos dar a luz. Esta unidad que, sin dudas, irá creciendo día a día, mes a mes, año a año.
Porque todo puede desvanecerse, en cualquier lugar, a cualquier hora, excepto la escritura. Debemos luchar por nuestras letras. Es un deber hacerlo, más que un deseo. Las letras nos dan vida. Siempre.
Deseo que este idilio que hoy se inicia crezca y se prolongue en el tiempo. Dispongo de poco tiempo. Esa es mi enfermedad crónica. Un dia debería tener más de 24 horas y, lamentablemente, no lo tiene. Eso no lo podemos cambiar. Ni yo ni nadie. Pero, no importa. Las agujas del reloj no se quejarán. Sacaré minutos de donde sea (como en este caso, del sueño) para estar aquí.
Tengo la certeza de que todos tenemos muchísimo para decir. Cuando comencé en la blogósfera (hace bastante) apenas imaginaba que podría plasmar mis impresiones personales, como un diario íntimo pero no tan íntimo porque sería leído por varias personas, aunque la sensación sea de que los lectores leen a escondidas, aunque la sensación sea de que quien escribe un blog se esconde detrás de un nombre irreal. Soy La Rosa Roja. No lo soy, es cierto, pero también lo soy, así me siento: rosa roja resquebrajada, marchita, agotada, con sueño, rosa roja sonriendo al leer un comentario, rosa roja que renace con mucho adentro para contar, con mucho para plasmar en palabras. Palabras que sólo me atrevo a escribir en un blog, que sólo me atrevo a pronunciar delante de lectores que también están en mi misma situación. Palabras que son más que eso, son confesiones, son vivencias plasmadas en este papel de teclas y confesiones que jamás haría en público, vivencias que no relataría a interlocutores que me conocen de toda la vida. Sin embargo, aquí nos atrevemos. Sin embargo, aquí somos. Aquí ponemos el alma sobre la mesa y el corazón en las palmas de las manos de los demás. Aquí somos nosotros mismos. Aquí, aunque alguna vez nos hayamos perdido, nos encontramos. Aquí nos encuentran los otros. Aquí los otros somos nosotros mismos mirándonos en espejos de diferentes colores pero con la misma mirada de cielo y de infierno, con las mismas virtudes y los mismos defectos, con las mismas alegrías y tristezas. Con un sueño entre nuestras manos y el firme deseo de seguir fieles por el camino al que ese sueño nos conduzca. Con miedo, con pánico, muchas veces, con valentía otras, pero continuamos siempre hacia adelante en busca de la luz, en busca de esa paz espiritual que todos necesitamos hallar para afrontar esta vida con el bastión bien alto de la dignidad. Mientras tanto, los espejos nos dan la tranquilidad de saber que estamos transitando el camino adecuado: reconocer que somos y seguiremos siendo siempre apenas eternos aprendices de la vida.