domingo, diciembre 17, 2006

Historias de café/1

Desde el arco de la tarde, la observo de espaldas en una silla. Continúa sentada mientras mi cigarrillo se consume en el hielo. Tiene puesta una ruana de lana verde, verde musgo como la piel que lleva adherida desde hace años. Sólo se percibe la punta de un pañuelo asomando apenas, del costado izquierdo, en la solapa del cuello de su camisa blanca y roja a cuadros. Lo único que se percibe es el movimiento de sus brazos, de sus codos. De espaldas, alza la mano derecha - lo único al desnudo de su piel - mientras habla con el hombre que la acompaña en la mesa. Por un instante, muestra su perfil derecho. Con pudor, se anima a mirar por la ventana. Tres mesas delante de la mía. Guarda su recato, su postura y escucha. Escucha hablar, mira cómo bebe un jugo de naranjas su compañero con anteojos. Continúa mostrando su perfil derecho.
La vida es oblicua, anodina, gris. No lo sabe, prefiere no saberlo. Se reclina sobre su espalda para observar un servilletero enrollado sobre la mesa. Lo mira con los ojos fríos, ausentes, como quien mira sin ver.
Se endereza en su silla, en su altura. Se pone de pie. Su mano derecha, en un gesto maquinal, describe el aburrimiento de la existencia. La costura de su abrigo en la espalda se mantiene, sobre la columna vertebral, cayendo torcida. Verde musgo es su costura. Está inmóvil. Casi igual que yo, excepto que mis costuras no saltan a la vista.

Córdoba, 05 de Agosto de 2003

Etiquetas: