domingo, abril 22, 2007

La tediosa lluvia al otro lado de los cristales

Llueve, llueve y llueve...

Hace más de veinticuatro horas que llueve sin prisa y sin pausa y todo indica que piensa continuar.
El llanto del cielo parece que ha decidido suicidarse estrellándose contra la tierra.
Los estremecedores relámpagos le cantan el himno de despedida, en su hora final, a cada una de las gruesas gotas que perece.
Hace pensar y penar. Y nosotros, aquí abajo presos de la melancolía e impotentes, sin saber quehacer para salvar a la lluvia de su caída letal.
Al otro lado de los cristales, el verano está tiritando de frío y se ha vuelto gris. Detrás de los cristales, la sequedad del vacío es, aún, más infame.
Si se mira abajo, la calle se ve regada por arroyuelos de muerte.
En el viento sólo aúllan los lobos.

31/01/2005

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lunes, abril 16, 2007

Historia de un taxista (en 4 minutos)

El jueves a la mañana salí tarde de casa. Seis minutos antes del horario en el que tenía que estar en la oficina.
Mi otro yo me decía: ¡No podés llegar tardeeeee!
¿Qué hago? Paro un taxi en la esquina de la avenida y listo - le dije yo, mientras caminábamos (mi otro yo y yo) rumbo a la avenida. Pero, al llegar a la bendita esquina, ví que una pareja estaba esperando lo mismo que yo: un bendito taxi.
Aparece uno. La pareja - tal como lo imaginé - se avalanza sobre el auto. Pero, antes de abrir la puerta para subir, se arrepienten y retroceden.
Miro el auto. Precioso, brillante, impecable. Parecía una 4 x 4 de grande. Miro al chófer. Raro, rarísimo. ¡Con razón no se subieron estos!, pienso. Miro a la pareja. Ellos me miran. Parecían decirme con los ojos: ¡Cuidado: no subas! Vuelvo a mirar al chófer: muy extraño. Ganas de subir no daba su presencia. Altísimo y larguirucho, aspecto hippie, agachado con su cabellera casi toda volcada sobre el volante, su cabello negro y ondeado largo hasta la cintura. Con anteojitos, estilo John Lennon, leía el diario como si aquellas letras impresas fueran todo lo que le importaba en este mundo. No era un simple taxista a la pesca de un pasajero. Ni me vio ni vio a la pareja. Miré las agujas del reloj. El tiempo no perdona. Pensé que llegaría tarde si no lo tomaba así que presté atención al número de la patente que llevaba grabada en el vidrio de atrás. Subí. En silencio, seguí repitiendo el número varias veces hasta memorizarlo. Si me pasa algo - pensé - si me mata, si me asalta, si... me voy a acordar del número de patente. Arrancamos. Ví que el hombre estaba fumando. Pero, hasta su manera de fumar y de sostener el cigarrillo entre los dedos era diferente. Le voy a hablar de algo, pensé, para ver si está dormido o despierto porque, con tanto pelo, apenas si se le veían los ojos. Le pregunté por el tiempo, si iba a llover o no. Me contestó que no sabía porque venía, desde el centro, entretenido conversando con unos pasajeros sobre temas muy profundos y que no escuchó nada de radio. Me alegré. Por lo menos, estaba despierto. Pero noté que su acento no era argentino. Seguimos viaje. Intercambiamos un par de palabras más y, todos sus movimientos seguían siendo poco convencionales. No era un taxista del montón. Además, manejaba con toda la parsimonia del mundo, como si los minutos no corrieran en las agujas del reloj inexistente en su muñeca. Y yo ¡super apuradísima! que a ese paso ¡no llegaba! En determinado momento, a cuatro cuadras de donde yo iba, detuvo el auto en seco y a mí casi me paralizó el corazón. Sólo atiné a decirle: Pero, mire que yo sigo ¿eh?.
Sí, sí, pero nos vamos a parar un momento porque tengo la puerta de atrás mal cerrada y la voy a cerrar bien.
Me avisó "no se quién"
-respondió. No entendí porque hablaba bajito y pausado. Era el monumento a la serenidad. ¡Y mis nervios a flor de piel! Acomodó su puerta sin prisas, la volvió a cerrar, volvió a subir al auto y arrancó.

Me atreví. No me podía quedar con la intriga. Junté valor y:

Yo (tratando de que mi voz sonara despreocupada): ¿De dónde sos? Porque argentino no sos. Lo digo por el acento... ¿Sos portugués?

El: ¿Eh? ¿Portugués yo? No.

Yo (sintiéndome una idiota): Ah... por la tonada se me ocurrió Portugal. ¿Sos brasilero?

El: No.

Yo: Bueno... no tiene importancia.

Silencio interminable.

El: Naci en Egipto. Pero, todavía no conozco.

Yo: ¿En Egiptoooo?

El: Sí. Cerca del Nilo.

Yo: ¿Y no lo conocés?

El: Todavía. Pienso ir a vivir allá uno de estos días.

Yo: ¿Cómo uno de estos días?

El: Sí. Cuando me parezca bien, saco pasaje y me voy.

Yo: Te entiendo; yo no conozco. Jamás estuve pero los que conocen dice que Egipto es una belleza. Me imagino que sí. Si un día tuviera mucho dinero, es un país que encantaría conocer. Debe tener una historia impresionante. El Nilo, las pirámides... sí, me gustaría verlas.



Detuvo el auto porque llegamos a destino. Apagó el reloj del taxi y le pagué, mientras abrí la puerta para bajar y seguimos hablando.

El: Es cierto. Yo viví la mayor parte del tiempo en Israel. Después otro tiempo en Nueva York. Estuve en algunos otros países por temporadas. Ahora estoy aquí.

Yo: Y si viviste en Israel tanto tiempo y en Estados Unidos. ¿Qué hacés viviendo acá?

El: Me intención es recorrer el mundo. Conocer todos los países que pueda.No tengo compromisos con nadie en ningún país. No tengo apuros. Eso me permite ser libre. Estoy un tiempo hasta que me dan ganas de conocer un lugar nuevo.

Yo: ¡Qué lindo! Y hacés diferentes trabajos, vas cambiando de tareas, no te aburrís con la rutina...

El: ¡Ah, sí! Soy libre. Además, ¿sabes? yo pienso que el día que muera no voy a llevar nada conmigo. Sólo me iré con lo que conocí, con lo que viví. Por eso quise recorrer el mundo. No conozco Egipto. Por eso me voy a ir a vivir allá, para conocer el lugar dónde nací.

Me dio las monedas del vuelto. Sacó de la guantera una tarjeta de estas de los radiotaxis y me la entregó.

El: Toma. Puedes llamar a la flota cuando necesites un viaje. Si le dices que te la dio el egipcio ya se van a dar cuenta porque soy el único.

Yo: Bueno ¡gracias y suerte!

El: Te llamas Rosa Roja ¿no?

Yo: ¿Quéeeeeee? (Me quedé helada porque acertó mi nombre) ¿Y eso cómo lo sabéeees? No tengo ningún cartel.

El: Pero te llamas así.

Yo: Sí... sí... Estoy asombrada.

El: ¡Ah! Haces bien en llevar el anillo de Atlante en tu dedo índice. Te va a ayudar con tus problemas intestinales y de columna.



Llevo un anillo de Atlante en el dedo índice de mi mano derecha. Pero el anillo no dice mi nombre ni ningún otro nombre, no tiene ninguna inscripción ni relata mis dolencias.

Yo: Gracias.

El: Si alguna vez llamas a la flota, quizás tienes más tiempo y podamos conversar con mayor profundidad.

Yo: Sí, quien sabe, las vueltas de la vida, nos volvemos a encontrar. ¡Adiós!

El: Que el día de hoy te llene de luz.

Me bajé. Llegué a la oficina un minuto tarde pero valió la pena.

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domingo, abril 08, 2007

Creo que Lola Copacabana tiene *Buena Leche*

No tiré su libro a la basura. Jamás en la vida tiré ninguno. Me parece que sería incapaz de hacerlo ya que los libros son grandes amigos que habitan en mi biblioteca. Hablo en general y no, específicamente del suyo. Digo que no sirvo para tirar ningún libro. Tampoco para subrayarlos, ni para marcarlos o doblar sus páginas. Los cuido, los conservo intactos. Sólo los amarillea el paso del tiempo. Así que éste, no fue la excepción.
Esta tarde lo terminé de leer.
También leí algunas opiniones por la red. Me divertí mucho leyéndolas. Algunos dicen que la leen porque “la mina está muy fuerte”. Desconozco si lo está o no y, seguramente, así será. Pero, personalmente, no la leí por eso. Sólo pienso que si ella hubiera querido impactar con su físico, la contratapa de su libro hubiese llevado cualquier otra foto muchísimo más exuberante, más seductora. No me parece que haya sido ése su propósito. Otro comentario que me causó mucha gracia fue el de alguien que dijo que compró “a Lola, a Borges y que lo esperaba una Stella Artois". ¡Jaja! Me hizo pensar porque me gusta Borges, me gusta la Stella Artois (aunque prefiero Heineken) y me imaginé al hombre sentado a la mesa de un bar con Borges a un lado, Lola al otro lado, la cerveza en el medio y el que estaba sentado en la mesa de enfrente alucinado. Me reí mucho.
Otros dicen que tuvo éxito porque le encanta describir sus relaciones sexuales. Que la leen sólo por voyeurismo. Tampoco me parece el caso. Alguien que sólo pretendiera eso, exhibicionismo, no hubiera escrito nunca el párrafo que copio a continuación.

En las noches eternas de angustia y llanto algo se quiebra, algo se muere para siempre. Una en la desesperación se asusta y piensa no, si soy yo la que me estoy muriendo. Y está muy bien, en realidad, esa muerte. Especialmente para poder recordarla, porque a la mañana siguiente con la cara hinchada y los ojos achinados una vuelva a despertar y es igual que renacer. Se da a luz a una nueva versión de una misma, a una decididamente menos vulnerable, y en este sentido, a una mucho más perfecta.
Irse entumeciendo. La próxima vez van a tener que venir con una aguja mucho más gruesa y clavar mucho más profundo para lograr el mismo efecto.

Ponele a mí me vienen entrenando así de muy chiquita, y cuesta horrores porque adentro hay agua y agua y agua, pero es cierto que da a poco va doliendo menos. Te vas curtiendo.
(Pág.129, Buena Leche, Lola Copacabana)

Mi impresión acerca de Lola Copacabana cambió. La percibo más “de entrecasa” que “femme fatale”. Tal vez me equivoque, pero no creo.

No sólo por haber leído su libro completo. También porque suelo prestar más atención a los detalles que al conjunto. Y Lola tiene detalles que demuestran que no tiene mala leche.
No todo es palabra escrita, no todo es palabra hablada. Apenas un gesto, a veces, dice de esa persona mucho más de humanidad que cien mil páginas.

(Veremos qué impresión me llevo cuando lea a Cielo Latini)