domingo, enero 23, 2005

El Silencio

(escrito en la quietud de una noche cordobesa, en la montaña)

Eterna amante del silencio
en bonanza de naturaleza inmaculada.
Advertir el mundo exterior
a través de una ventana abierta
que separa dos universos
a pleno campo, a pleno verde.

Las agujas de un reloj por dentro,
el perro que ladra afuera
y el llanto de una niña
al otro lado de la pared.

Surge el silencio
con el sonido de los grillos,
un auto que pasa y que no estorba.

La calma y la armonía en lejanía.
Instante de soledad doméstica
que percibe equilibrio nocturno.

Córdoba, 22-04-2003

Etiquetas:

Desnudando el alma

Las manos descubiertas y cercanas,
en la tarde engalanada de mutismo,
hablan el lenguaje solitario
de las almas que confiesan lo acaecido.
Los rostros confundidos por los gestos
de las miradas delatoras de palabras
quebrantan tibiamente el silencio,
tan celosamente custodiado.
Se desahoga el espíritu y se libera,
en copiosas cataratas de palabras,
de antiguos amores de desdichas,
recordando a la distancia que dolía,
que el daño no se entierra en los desvanes
de quienes lo hemos padecido.
Relatos del pasado de conclusas melodías
de sentimientos que han herido.
Las almas descubiertas y cercanas
se complementan, se comprenden,
se contemplan, se aproximan.

La creencia en el amor las ilumina.

02-03-2001

Etiquetas:

Champagne de Nochebuena

El brindis, a veces, es... volver al pasado.

En el final de la noche se produjo un encuentro de tantos. El diálogo conocido abrió, de repente, un espacio común e íntimo reservado al fuero interior.

La calle casi solitaria, avivada por los ruidos de los fuegos de artificio, emanaba un humo semejante a aquellos recuerdos de infancia.

Las palabras entrelazadas de nostalgia devinieron en una especie de extraña proximidad como método, inconsciente tal vez, para soportar las sombras lejanas y presentes en un intento de búsqueda de luz.

Entre caerse al abismo solitario de la madrugada, deslizándonos peldaño a peldaño hasta acabar en un pozo de penumbra, y la cita adeudada desde hacía tantos años la elección era más que obvia: una asignatura pendiente, una frontera que no nos atrevimos nunca antes a traspasar. Miedo. Miedo a quebrantar ese manojo de memorias de otros tiempos donde la vida era, sencillamente, felicidad.

Con resquemor nos animamos. Con ese temor del cristal que puede hacerse añicos, con el resguardo de lo intacto de antaño, pero por sobretodo con respeto - con ese respeto que inspira pánico - pudimos romper la barrera del silencio y atrevernos a reabrir aquel canal de comunicación merecido y necesario, esfumado por el tiempo.

La imagen de la muerte sobrevolaba nuestras cabezas en un halo invisible pero nítido y perceptible. Sin embargo, estábamos allí – o lo que queda aún de aquellos que fuimos - y estábamos vivos. Ella entre los dos y nuestro dolor en común, aunque diferente. Sabíamos eso. Se leía en nuestros ojos y en nuestro silencio. Tímidamente, nos decidimos a enfrentar tiempos pasados para rehacer el hechizo provocado por la maldita pérdida.

La ciudad de Buenos Aires estaba triste y apagada mientras caminábamos por la Av. Santa Fe en busca de la ruta de la recuperación. Sin embargo, no desconocíamos que las alas blancas de los ángeles nos conducirían en la dirección que pretendíamos encontrar, en dirección correcta a la luz.

Una vez en el sitio indicado, pudimos relajarnos y respirar. Habíamos logrado quebrar la muralla del silencio. Un poco de música fue menester para comenzar con las evocaciones de ese pasado que aún hoy nos hiere, aunque de modos diferentes, pero una herida es herida siempre, a pesar de que sus matices no sean los mismos para él que para mí. De modo que enseguida comenzó a sonar aquella vieja música de la década de los setenta: la guitarra y su voz grabada en vivo de los años de juventud donde las esperanzas eran, entonces, como un sol naciente. El sonido emitido por la cinta del gastado casete reproducía las canciones escritas en épocas donde la vida era sinónimo de alegría todavía para él.

Dos sillones negros enfrentados, reclinables y cómodos, fueron testigos perfectos de una noche inequívoca para despejar la nieve que nos cubría el alma. En la mesita ratona tan sólo un cenicero conocido y dos copas con champagne bien helado, añejo y burbujeante aguardaba por un brindis especial.

Hablar de la muerte significaría tocar el abismo con las manos, hurgar en el dolor. Lo mejor era no hacer alusión si, de todos modos, ella estaba allí, emergiendo en el aire, en medio de ambas copas. Sólo me dijo: “desde que no está mi familia se desintegró, todo se desmoronó... Me quedé solo”. Comprendí. Diferentes sentimientos pero idéntica sensación.

No había más que decir acerca de eso. Lo mejor sería poder expresarse, sacar afuera anécdotas, remembranzas... Traer al presente claves conocidas que nos permitieran cerrar grietas subyacentes de una nostalgia palpitante. ¿Ahuyentar fantasmas?

Brindamos y bebimos aquel champagne a pequeños sorbos releyendo poemas de aquellos tiempos. Hora de poner punto final a las evocaciones por aquella Nochebuena. Hora de regresar.

El camino a casa se hizo lento, paso a paso, como si no quisiéramos que la noche terminase. Ambos sabíamos que habíamos logrado una mejoría imprescindible para afrontar los días nuevos y que, muy seguramente, no volveremos a repetir un encuentro similar.

La Nochebuena había llegado a su fin y en las avanzadas horas comenzó a clarear la aurora.

29-12-2002

Etiquetas:

El Poema

“Hay que rehacer el argumento”
G. W.

He de calmar a las palabras,
secar tanto dolor,
honrar al amor,
bendecir la espera,
homenajear al ruiseñor,
exhibir mis sentimientos.
Hay que rehacer el argumento.

He de esparcir mis lágrimas en el poema.

30-05-2001

Etiquetas:

Mujer Divididda

Mujer entre Dios y el Diablo

Las huellas del Diablo apoderadas de la mente. En el cuerpo, una hoguera asfixiante del sofocamiento compulsivo. En el alma, la bondad de los cristianos marcada a fuego en la profundidad de las arterias. Foránea mezcla de la división del ser. De un ser mujer sin nombre definido que busca en la inopia el descubrimiento de sí misma.
Mujer sin vientre. El cuerpo desnudo provoca vergüenza al revelado, como una fotografía mal quitada al trasluz del nacimiento. Útero inocente, desprolijo. Vergüenza maquillada, ondulada en sedas de mares blancos.
Mujer con alma. En la fe constante en Dios, se prende el escapulario que cuelga del cuello como una presidiaria sin salida a la creencia cincelada por años, merced a la arcilla del crecimiento. La bondad transformada en dulzura desfila lentamente, entonces, por senderos ilimitados.
Mujer con mente. Ciega, atrofiada. En gruesos cordones de soledad huidiza busca respuestas inexistentes en comarcas inventadas.
Satán la encuentra y la cobija. La invade y la penetra, moldeándola como cera en manos de un mediocre artesano que jamás terminará su obra.
El juicio taladrado explota. Sobreviene la ira irreversible incorporada tras el frío interior de una soledad ahuecada en la matriz del infortunio.
Sin prisa, el viento de la noche avanza firme y se la devora como una hoja de otoño a la deriva que cae en manos criminales apoderándose del opaco sabor de la desdicha. El bien. El mal. La soledad. La ilusión del amor. ¿El terror al futuro? ¿El miedo a la muerte?
Vence el demonio en un juego macabro de vida coartada, apenas adherida al mundo por la fuerza de unos pies ajenos que la deslizan en una danza desencajada. Esa danza que gira y gira hasta hacerle sentir que ya de nada sirve ser mujer y ser auténtica.
Mujer descolorida plagian. Ni roja, ni blanca, ni negra. Ni Dios, ni cruz, ni olvido, ni defensa que valga. Sólo un demonio que se apodera de los pasos perdidos para siempre en la niebla de un espacio desconocido y lejano.
Un Leviatán que aúlla en noches de luna llena.

27-06-2002

Etiquetas:

Crónica del diálogo

No había tiempo suficiente para palabras de interés. Frente a frente, intercambiaban una mirada ligera como al pasar, una comida con prisas, echaban un vistazo a las agujas del reloj porque el tiempo apremiaba. Las tareas diarias estaban pendientes por hacer. Y por hacer había demasiado.
Es la lucha por la vida o por la supervivencia, el afán cotidiano de los que pelean a brazo partido para obtener un plato de comida, un paquete de arroz, una pensión, una bolsa de pan. Salir a la calle a batallar a cualquier hora del día o de la noche. Eso no importa. Pero tienen que defender lo que no poseen, lo que necesitarían poseer para vivir una vida más digna.
Esa contienda es el esfuerzo transformado en el arrebato en que se consumen sus horas. No se dan cuenta, no pueden percibirlo. El tiempo pasa pero no pueden verlo. Día tras día, mes tras mes, año tras año y la vida continúa.
En la espera, beben apresuradamente, limpian la mesa, lavan la ropa, riegan las plantas, se visten en un segundo y salen raudos porque el tiempo los apremia. En medio de tanta prisa no se puede hablar de nada. O sí se puede, pero carece de sentido. No están en condiciones de escuchar. Están listos y armados interiormente, sólo, para escuchar lo que sucede afuera, en la calle, donde está la crisis, donde acecha el enemigo: la pobreza, la falta de piedad.
No hay nada de qué hablar, nada interesante acerca de qué debatir. La urgencia los envuelve de tal forma que se ven atrapados en la dirección contraria a sus hogares.
Es tarde ya. La hora se ha ido. Regresan disfónicos de tanto grito, de tantas voces hablando fuerte a la vez, de tanta deliberación. Llegan cansados, alterados. No hay modo de iniciar un diálogo. No hay sentido tampoco. Al final del día están agotados, nerviosos. La jornada no fue productiva, evidentemente. Habrá que esperar hasta el día siguiente cuando, seguramente, las cosas mejorarán. ¿Mejorarán? No lo saben, pero mantienen intacta la esperanza. No se les puede quitar la creencia. Es lo único que poseen: la esperanza en un mundo mejor. ¿Hay derecho a arrebatarles la quimera? No, no lo hay.
El silencio continúa como si fuera un grifo mal cerrado que pierde agua. No lo notan. No es que no quieren, no pueden reparar en él. No hay tiempo suficiente para detenerse a escuchar las voces del silencio. No es importante lo que sucede adentro; lo único importante es prepararse para que los de afuera no invadan. El resto es obnubilación mental.
Y la vida continua, claro. No puede inmovilizarse solamente porque se trata de ellos. Las agujas del reloj siguen su curso y el tiempo se va. ¡Lástima! Se pierden lo mejor de sí: el diálogo con el alma, el diálogo con el otro que está allí para escucharlos. Por atrapar las horas que se van, se pierden el tiempo que jamás regresará. Por salir en busca de un ideal se están perdiendo un rato más en la almohada, la escondida del sol, el intercambio de miradas, la voz interior.
En pos de la ilusión de una vida mejor pierden la ocasión de vivir la única que existe, pierden el diamante más valioso que poseen: el tiempo para sí mismos. ¿Ceguera espiritual? ¿Errada ilusión?

Córdoba, 01-09-2003

Etiquetas:

Las Letras que Salvan

“cuando a la casa del lenguaje se le vuela el tejado y
las palabras no guarecen, yo hablo”
Alejandra Pizarnik

Cuando el afuera es sólo viento, noche y mutismo y las uñas escarban hasta clavarse en el fondo para toparse con la carencia, lo único que acude para rescatar al ave es la palabra.
Cuando el mar se hace día y se transforma la quietud en esa maraña insufrible de bullicio, descienden al desierto una multitud de peces de colores que abren la celda a las puertas de la fantasía.
Cuando el mediodía ahoga su calor en el hundimiento y todo lo que hay es un testimonio del vacío, los platos se cubren con hierbas energizantes que reemplazan la falta de abundancia.
Cuando baja el sol al caer la tarde y los puñados de arena se escabullen por entre los dedos hasta que ambas manos abiertas se ven huecas, aparece un gnomo - que se ha quedado agazapado desde las horas de la siesta en algún rincón – para liberar a las sombras abatidas mientras entretiene con sus juegos y logra que la mente no cavile.
Cuando regresa la noche mientras espera que la madrugada haga su ingreso y la montaña parece desmoronarse encima con su peso, el insomnio se vuelve el amigo inseparable del silencio.
La agobiante miseria se filtra por cada poro desde lo más recóndito del pozo interior de la casa hasta alzar la mirada y llegar a la cumbre del cerro. No existe nada ya de qué asirse para poder iniciar la escalada. El mundo falaz se ha convertido en una gigantesca piedra negra que no da ni una diminuta oportunidad de resurgimiento.
Pero, en medio del fango de indigencia, baja una musa como el ángel de una mariposa de alas abiertas y nos deja su flujo de letras. Uniendo los eslabones, para armar con esas palabras de aliadas un faro, se logra arribar ileso a otro nuevo y angustioso amanecer. El trino de los pájaros en las ramas de la calle parece que las aprueban.

17-01-2005

Etiquetas: